Pablo Iglesias
La serie provoca la indignación de cualquier persona decente que la vea y permite comprobar cómo la maquinaria de la competición y el individualismo no es más que la destrucción de todo lo hermoso del ser humano
La serie arrasa en todo el mundo. Se ha convertido en un tema de conversación planetaria al nivel del fútbol. Personajes públicos de diferentes ámbitos hablan de ella y ya se puede comprar el chándal de la serie por internet (igual hasta me pillo el 001). Es un fenómeno cultural mundial con todas las letras.
En términos estrictamente cinematográficos se le han hecho muchas críticas: exceso de metraje en algunos capítulos, redundancia de planos, tramas previsibles, quizá un desenlace fallido… pero que no sea una obra maestra ni un manjar para cinéfilos no hace que El juego del calamar deje de ser, además de fenómeno cultural, un artefacto político de enorme potencia. Y, ¿qué quieren que les diga? a mí los homenajes a El show de Truman de Peter Weir o a Eyes wide shut de Kubrick me resultan agradables y para nada me disgustan los elementos estéticos propios, al parecer, de un cine coreano (dicen los que saben que esto es la mezcla de humor y melodrama) que desconozco pero que parece muy interesante.
Su director, Hwang Dong-hyuk, reconoce que El juego del calamar fue escrito como “una fábula acerca de la sociedad capitalista moderna, algo que representase una competición extrema” y es aquí donde la serie me parece una proeza que consigue lo que no consiguió Los juegos del hambre, a saber, presentar el capitalismo como una maquinaria de destrucción moral, como un sistema abyecto.
Al hacerlo, toca el fundamento de toda lucha emancipadora y del propio marxismo: la náusea moral. El marxismo y el compromiso político que acarrea es básicamente eso, una náusea moral frente al capitalismo que después se llena de saberes técnicos y científicos para el combate político (quede así respondido esto de mi amigo Amador Fernández-Savater).
Y la razón para ese combate lleno de complejidades no son tanto los intereses de clase como una sublevación moral ante la injusticia. Este humanismo es precisamente el lugar de encuentro del marxismo con los demás humanismos (como el cristiano). Les aseguro que El juego del calamar va a gustarle al Papa y quizá por eso la derecha viene con lo de que no la vean los niños ¡Pues claro que no la tienen que ver los niños! Ni esta serie, ni Rambo, ni El muñeco diabólico ni mucho menos algo de Lars von Trier.
Pero volvamos a ella. La serie provoca la indignación moral frente al capitalismo de cualquier persona decente que la vea, y permite comprobar cómo la maquinaria de la competición y el individualismo no es más que la destrucción de todo lo hermoso del ser humano que solo puede descansar en el cuidado de lo común y en el Derecho como protección frente a la violencia de los más fuertes. Por eso hay que ver y hablar de El juego del calamar, porque permite restituir muchos universales éticos incompatibles con la lógica capitalista y sus valores.
La serie ridiculiza la creencia neoliberal de que el éxito es el resultado del esfuerzo y el mérito, reivindica la dignidad de la huelga como expresión del compañerismo en la memoria de un personaje frente al individualismo, critica la explotación salvaje de los trabajadores migrantes retratando a un obrero pakistaní como ejemplo ético frente a la bajeza y el cinismo de un estafador financiero, desmonta el dogma neoliberal de la “libertad de elección” e incluso presenta el machismo como consustancial a la dinámica competitiva.
Véanla y hablen de ella. Y no, no se la pongan a los niños ni les den cerveza.
Fuente: Semanario Voz
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