El 11 de octubre de 1987, estábamos felices y contentos celebrando en la ciudad de Santiago de Cali el III Festival Nacional de la Juventud y los Estudiantes, un evento de gran pluralidad donde convergían diversas expresiones políticas y sociales de la juventud colombiana. Después de tres días de rumba, debates políticos, actos culturales y deportivos, nos disponíamos a salir desde el Parque de La Caña en un multicolor desfile para realizar la clausura del festival. La rumba de despedida estaba programada en el Parque Panamericano. Todo estaba listo. Tarima, sonido, pancartas, banderas, orquestas, grupos. Todo. Los preámbulos del desfile se realizaban con mucho nerviosismo e ilusión.
No había sido fácil hacer un festival sin contar con ninguna clase de apoyo oficial. Todo el proceso preparatorio y logístico y la presencia de jóvenes de todo el país había sido fruto del esfuerzo propio de centenares de organizaciones juveniles que consiguieron recursos organizando bailes, vendiendo empanadas, haciendo rifas o vendiendo bonos de apoyo. Más de tres mil jóvenes nos dimos cita en el festival. Aún no tenemos claro cómo fue que al final se resolvieron todos los problemas que parecían irresolubles, los alojamientos para tanta gente, la comida, los escenarios, los transportes, sin contar con un solo peso y recurriendo solamente al apoyo de los sindicatos y de los mismos jóvenes.
Pero había valido la pena. El festival fue un éxito y era obligatorio celebrarlo, dar a conocer las conclusiones y la declaración final que llamaba a la juventud colombiana a luchar por la paz y en defensa del acuerdo de “Tregua, cese al fuego y paz” que dos años atrás se había firmado entre las FARC y el gobierno de Belisario Betancur. Un acuerdo que estaba en peligro por los ataques de la extrema derecha.
Era el momento de despedir a quienes partían de regreso a sus regiones y ciudades. El encuentro significaba nuevas amistades y nuevos amores que daban alientos y esperanzas a los sueños y luchas compartidas.
Pero las risas, los cantos y la alegría se convirtieron en llanto, rabia y dolor. Hacia las cinco de la tarde recibimos la noticia de que en una carretera cercana a Bogotá sicarios motorizados habían asesinado a Jaime Pardo Leal, presidente de la Unión Patriótica y candidato presidencial de la UP y de la izquierda colombiana. La UP solo tenía dos años de existencia y ya había sufrido el asesinato de dos de los parlamentarios elegidos en 1986, una decena de concejales y por lo menos dos centenares de activistas.
La marcha festiva se convirtió en luctuosa y combativa protesta.
Luego seguirían muchas otras marchas similares. Por otros muertos. Por centenares. Por miles. Todos los días mataban un camarada, a veces dos, cinco. A Pedro Luis Valencia se le metieron una noche a la casa, con un carro derribaron la puerta y lo mataron en la cama. A Gabriel Jaime Santamaría lo acribillaron en plena oficina de la Asamblea Departamental de Antioquia donde era diputado. Chucho García fue destrozado con la poderosa bomba que pusieron en la sede de la Juventud Comunista en la calle 23 de Bogotá. A José Antequera lo mataron en pleno aeropuerto de Bogotá en marzo de 1989 en el mismo sitio donde un año después asesinaban al candidato presidencial Bernardo Jaramillo. Tanto Bernardo como Antequera fueron protagonistas importantes del III Festival. Nunca nos hemos puesto a contabilizar cuantos de los jóvenes dirigentes y activistas de las regiones que estuvieron en el Festival fueron posteriormente asesinados. La cantidad podría ser sorpresiva. Entre ellos Alberto Restrepo, quien fue enviado a Cali por el comité nacional del Festival a ayudar en la etapa final de preparación del evento y quien fuera asesinado en Medellín en 1996 poco después de haber tenido que abandonar a Segovia donde fue alcalde de la UP por lo que fue objeto de reiteradas amenazas de muerte.
Miles de nombres, de rostros, de historias, de recuerdos, de rabias. De sentimientos de culpa por estar vivos. Por haber sido impotentes. De ver a los genocidas y a los instigadores de los crímenes pavoneándose por las paginas sociales, las gobernaciones, los ministerios, la presidencia y la diplomacia. Algunos de ellos están hoy en la cárcel, pero sus amigos y compadres buscan aprobar leyes que los indulten.
Jaime Pardo Leal era un hombre honesto, inteligente. Una persona transparente. Lo mismo que Manuel Cepeda, que Teófilo Forero, Miller Chacón, Gabriel Jaime Santamaría, Pedro Nel Jiménez, Leonardo Posada. Lo mismo que los más de cinco mil militantes de la Unión Patriótica y el Partido Comunista asesinados en estos 20 años. Veinte años de sobresaltos. De escalofriantes llamadas a las medias noches. Veinte años de torturas, de desapariciones, de exilios. Veinte años de dolor pero también de resistencias.
Los días 10 y 11 de octubre vamos a conmemorar con diversos actos estos veinte años de ausencias, de impunidad y de ofensas. Y aunque estamos cansados de tanto ir a los cementerios, el jueves 11 de octubre iremos al medio día a la tumba de Jaime Pardo Leal en el cementerio central de Bogotá.
Yendo a ella será como ir a la de todos.
Llevaremos una serenata, unas flores y mucha nostalgia. Les diremos que no descansaremos hasta que haya justicia y se sepa la verdad. Hasta que termine el terrorismo de estado y la guerra sucia, y los criminales sean juzgados en lugar de ser condecorados o nombrados en altos cargos que les alejen de la justicia.
Pero también les diremos que hoy nuevamente el país se viste, como en los tiempos hermosos de la Unión Patriótica, con banderas amarillas, que como las mariposas de Mauricio Babilonia muestran un camino de amor, sueños y libertad. Son ahora las banderas del Polo Democrático esperanza que crece a pesar de los que siempre han pisoteado la vida y la dignidad.
Y también diremos que a una generación de colombianos nos deben el desfile de clausura de un festival. Y la ausencia forzada de tantos y tan entrañables amigos y camaradas.
Pero que por ellos y con ellos seguimos adelante sin desfallecer.
“Mi voz la que está gritando.
Mi sueño el que sigue entero.
Y sepan que solo muero
Si ustedes van aflojando.
Porque el que murió peleando
Vive en cada compañero”.
Bogotá, 11 de octubre de 2007
Pero había valido la pena. El festival fue un éxito y era obligatorio celebrarlo, dar a conocer las conclusiones y la declaración final que llamaba a la juventud colombiana a luchar por la paz y en defensa del acuerdo de “Tregua, cese al fuego y paz” que dos años atrás se había firmado entre las FARC y el gobierno de Belisario Betancur. Un acuerdo que estaba en peligro por los ataques de la extrema derecha.
Era el momento de despedir a quienes partían de regreso a sus regiones y ciudades. El encuentro significaba nuevas amistades y nuevos amores que daban alientos y esperanzas a los sueños y luchas compartidas.
Pero las risas, los cantos y la alegría se convirtieron en llanto, rabia y dolor. Hacia las cinco de la tarde recibimos la noticia de que en una carretera cercana a Bogotá sicarios motorizados habían asesinado a Jaime Pardo Leal, presidente de la Unión Patriótica y candidato presidencial de la UP y de la izquierda colombiana. La UP solo tenía dos años de existencia y ya había sufrido el asesinato de dos de los parlamentarios elegidos en 1986, una decena de concejales y por lo menos dos centenares de activistas.
La marcha festiva se convirtió en luctuosa y combativa protesta.
Luego seguirían muchas otras marchas similares. Por otros muertos. Por centenares. Por miles. Todos los días mataban un camarada, a veces dos, cinco. A Pedro Luis Valencia se le metieron una noche a la casa, con un carro derribaron la puerta y lo mataron en la cama. A Gabriel Jaime Santamaría lo acribillaron en plena oficina de la Asamblea Departamental de Antioquia donde era diputado. Chucho García fue destrozado con la poderosa bomba que pusieron en la sede de la Juventud Comunista en la calle 23 de Bogotá. A José Antequera lo mataron en pleno aeropuerto de Bogotá en marzo de 1989 en el mismo sitio donde un año después asesinaban al candidato presidencial Bernardo Jaramillo. Tanto Bernardo como Antequera fueron protagonistas importantes del III Festival. Nunca nos hemos puesto a contabilizar cuantos de los jóvenes dirigentes y activistas de las regiones que estuvieron en el Festival fueron posteriormente asesinados. La cantidad podría ser sorpresiva. Entre ellos Alberto Restrepo, quien fue enviado a Cali por el comité nacional del Festival a ayudar en la etapa final de preparación del evento y quien fuera asesinado en Medellín en 1996 poco después de haber tenido que abandonar a Segovia donde fue alcalde de la UP por lo que fue objeto de reiteradas amenazas de muerte.
Miles de nombres, de rostros, de historias, de recuerdos, de rabias. De sentimientos de culpa por estar vivos. Por haber sido impotentes. De ver a los genocidas y a los instigadores de los crímenes pavoneándose por las paginas sociales, las gobernaciones, los ministerios, la presidencia y la diplomacia. Algunos de ellos están hoy en la cárcel, pero sus amigos y compadres buscan aprobar leyes que los indulten.
Jaime Pardo Leal era un hombre honesto, inteligente. Una persona transparente. Lo mismo que Manuel Cepeda, que Teófilo Forero, Miller Chacón, Gabriel Jaime Santamaría, Pedro Nel Jiménez, Leonardo Posada. Lo mismo que los más de cinco mil militantes de la Unión Patriótica y el Partido Comunista asesinados en estos 20 años. Veinte años de sobresaltos. De escalofriantes llamadas a las medias noches. Veinte años de torturas, de desapariciones, de exilios. Veinte años de dolor pero también de resistencias.
Los días 10 y 11 de octubre vamos a conmemorar con diversos actos estos veinte años de ausencias, de impunidad y de ofensas. Y aunque estamos cansados de tanto ir a los cementerios, el jueves 11 de octubre iremos al medio día a la tumba de Jaime Pardo Leal en el cementerio central de Bogotá.
Yendo a ella será como ir a la de todos.
Llevaremos una serenata, unas flores y mucha nostalgia. Les diremos que no descansaremos hasta que haya justicia y se sepa la verdad. Hasta que termine el terrorismo de estado y la guerra sucia, y los criminales sean juzgados en lugar de ser condecorados o nombrados en altos cargos que les alejen de la justicia.
Pero también les diremos que hoy nuevamente el país se viste, como en los tiempos hermosos de la Unión Patriótica, con banderas amarillas, que como las mariposas de Mauricio Babilonia muestran un camino de amor, sueños y libertad. Son ahora las banderas del Polo Democrático esperanza que crece a pesar de los que siempre han pisoteado la vida y la dignidad.
Y también diremos que a una generación de colombianos nos deben el desfile de clausura de un festival. Y la ausencia forzada de tantos y tan entrañables amigos y camaradas.
Pero que por ellos y con ellos seguimos adelante sin desfallecer.
“Mi voz la que está gritando.
Mi sueño el que sigue entero.
Y sepan que solo muero
Si ustedes van aflojando.
Porque el que murió peleando
Vive en cada compañero”.
Bogotá, 11 de octubre de 2007
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