Los occidentales han perdido la memoria y desconocen su propia historia. Por eso se dejan engañar tan fácilmente por la propaganda de guerra. ¿No saben que la OTAN desencadenó dos guerras sin autorización del Consejo de Seguridad –contra Yugoslavia y contra Libia? En el caso de Libia, el Consejo de Seguridad no había autorizado lo que finalmente hizo la alianza atlántica. ¿Acaso ignoran todo el avance de la OTAN hacia el este de la línea Oder-Neisse? Y también ignoran el funcionamiento jerarquizado de la OTAN, igualmente ilegal ya que contradice la Carta de la ONU.
La presidente de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen, anunció que la Unión Europea prohíbe la agencia de prensa rusa Sputnik y el canal ruso de noticias RT (Russia Today) para que «no puedan divulgar sus mentiras justificando la guerra de Putin con su desinformación toxica en Europa».
La Unión Europea instaura así oficialmente el Ministerio de la Verdad que imaginó Orwell y que se encargaba de borrar la memoria reescribiendo la historia. Se pone fuera de la ley a todo el que no repita la Verdad que transmite la Voz de América (VOA), agencia oficial del gobierno de Estados Unidos, que acusa a Rusia del «horrible ataque completamente injustificado y no provocado contra Ucrania».
Poniéndome fuera de la ley, recordaré aquí, en muy apretada síntesis, la historia de los 30 años borrados de la memoria colectiva.
En 1991, mientras la guerra fría aún llegaba a su fin con la disolución del Pacto de Varsovia e incluso de la Unión Soviética, Estados Unidos desencadenaba en el Golfo [Arábigo-Pérsico] la primera guerra posterior a la guerra fría y anunciaba al mundo que «que no existe ningún sustituto para el liderazgo de Estados Unidos, que ha quedado como el único Estado con fuerza e influencia mundiales».
Tres años después, en 1994, la OTAN, bajo las órdenes de Estados Unidos, atacaba Yugoslavia. Durante 78 días, despegando principalmente desde bases italianas, 1 100 aviones de guerra realizaron 38 000 misiones lanzando sobre Yugoslavia 23 000 bombas y misiles que destruían puentes e industrias en Serbia, dejando víctimas sobre todo entre los civiles.
Mientras destruía Yugoslavia con aquella guerra, la OTAN, traicionando la promesa hecha a Rusia de «no extenderse ni una pulgada hacia el este», iniciaba su expansión... hacia el este, llegando cada vez más cerca de Rusia. En 20 años, esa expansión llevó la OTAN a pasar de 16 a 30 países miembros, incorporando países del desaparecido Pacto de Varsovia, de la antigua URSS y de la también desaparecida Yugoslavia y preparándose para integrar oficialmente incluso a Ucrania, Georgia y Bosnia-Herzegovina –que de hecho ya están en la OTAN [1].
De guerra en guerra, Estados Unidos y la OTAN también atacaron e invadieron Afganistán (en 2001) e Irak (en 2003), destruyeron mediante otra guerra el Estado libio (en 2011) e iniciaron, a través de Daesh la misma operación contra Siria, operación parcialmente bloqueada 4 años después por la intervención rusa en ayuda del Estado sirio. Sólo en Irak, las dos guerras y el embargo impuesto contra ese país mataron directamente unos 2 millones de personas, entre ellas medio millón de niños.
En febrero de 2014, la OTAN –que desde 1991 se había apoderado de puestos claves en Ucrania– utilizaba formaciones neonazis, entrenadas y armadas para ello, para montar el golpe de Estado que derrocó al presidente ucraniano legalmente electo. Aquel golpe se orquestó siguiendo una estrategia muy precisa: atacar a las poblaciones rusas de Ucrania para provocar una respuesta de Rusia y crear así una profunda fractura en Europa.
La escalada de la OTAN contra Rusia comenzó cuando los pobladores rusos de Crimea decidieron, por vía de referéndum, regresar a la Federación Rusa, de la cual Crimea había sido parte históricamente, y cuando las poblaciones rusas del Donbass –bombardeadas con fósforo blanco– se atrincheraron en las dos repúblicas de Donestk y Lugansk. Esa escalada de la OTAN tuvo el respaldo de la Unión Europea, que cuenta entre sus 27 miembros 21 países miembros de la OTAN, alianza militar que obedece las órdenes de Estados Unidos.
Durante los últimos 8 años, se han desplegado en Europa –todavía más cerca de Rusia– tropas y bases de la OTAN, ignorando siempre las constantes advertencias de Moscú.
El 15 de diciembre de 2021, la Federación Rusa entregó a los Estados Unidos de América un proyecto articulado de tratado destinado a poner fin a aquella situación explosiva [2].
Ese proyecto no sólo fue rechazado sino que, al mismo tiempo, comenzó el despliegue de tropas ucranianas, de hecho bajo las órdenes de Estados Unidos y la OTAN, para iniciar un ataque a gran escala contra las poblaciones rusas del Donbass. Eso fue lo que motivó la decisión de Moscú de detener la escalada agresiva occidental con la operación militar en Ucrania.
Hacer manifestaciones contra la guerra borrando la historia equivale a contribuir –conscientemente o no– a la frenética campaña desatada por Estados Unidos, la OTAN y la Unión Europea para presentar a Rusia como un peligroso enemigo. Esa campaña occidental divide Europa en beneficio de intereses imperiales y nos arrastra a la catástrofe.
Fuente: Red Voltaire
La Unión Europea instaura así oficialmente el Ministerio de la Verdad que imaginó Orwell y que se encargaba de borrar la memoria reescribiendo la historia. Se pone fuera de la ley a todo el que no repita la Verdad que transmite la Voz de América (VOA), agencia oficial del gobierno de Estados Unidos, que acusa a Rusia del «horrible ataque completamente injustificado y no provocado contra Ucrania».
Poniéndome fuera de la ley, recordaré aquí, en muy apretada síntesis, la historia de los 30 años borrados de la memoria colectiva.
En 1991, mientras la guerra fría aún llegaba a su fin con la disolución del Pacto de Varsovia e incluso de la Unión Soviética, Estados Unidos desencadenaba en el Golfo [Arábigo-Pérsico] la primera guerra posterior a la guerra fría y anunciaba al mundo que «que no existe ningún sustituto para el liderazgo de Estados Unidos, que ha quedado como el único Estado con fuerza e influencia mundiales».
Tres años después, en 1994, la OTAN, bajo las órdenes de Estados Unidos, atacaba Yugoslavia. Durante 78 días, despegando principalmente desde bases italianas, 1 100 aviones de guerra realizaron 38 000 misiones lanzando sobre Yugoslavia 23 000 bombas y misiles que destruían puentes e industrias en Serbia, dejando víctimas sobre todo entre los civiles.
Mientras destruía Yugoslavia con aquella guerra, la OTAN, traicionando la promesa hecha a Rusia de «no extenderse ni una pulgada hacia el este», iniciaba su expansión... hacia el este, llegando cada vez más cerca de Rusia. En 20 años, esa expansión llevó la OTAN a pasar de 16 a 30 países miembros, incorporando países del desaparecido Pacto de Varsovia, de la antigua URSS y de la también desaparecida Yugoslavia y preparándose para integrar oficialmente incluso a Ucrania, Georgia y Bosnia-Herzegovina –que de hecho ya están en la OTAN [1].
De guerra en guerra, Estados Unidos y la OTAN también atacaron e invadieron Afganistán (en 2001) e Irak (en 2003), destruyeron mediante otra guerra el Estado libio (en 2011) e iniciaron, a través de Daesh la misma operación contra Siria, operación parcialmente bloqueada 4 años después por la intervención rusa en ayuda del Estado sirio. Sólo en Irak, las dos guerras y el embargo impuesto contra ese país mataron directamente unos 2 millones de personas, entre ellas medio millón de niños.
En febrero de 2014, la OTAN –que desde 1991 se había apoderado de puestos claves en Ucrania– utilizaba formaciones neonazis, entrenadas y armadas para ello, para montar el golpe de Estado que derrocó al presidente ucraniano legalmente electo. Aquel golpe se orquestó siguiendo una estrategia muy precisa: atacar a las poblaciones rusas de Ucrania para provocar una respuesta de Rusia y crear así una profunda fractura en Europa.
La escalada de la OTAN contra Rusia comenzó cuando los pobladores rusos de Crimea decidieron, por vía de referéndum, regresar a la Federación Rusa, de la cual Crimea había sido parte históricamente, y cuando las poblaciones rusas del Donbass –bombardeadas con fósforo blanco– se atrincheraron en las dos repúblicas de Donestk y Lugansk. Esa escalada de la OTAN tuvo el respaldo de la Unión Europea, que cuenta entre sus 27 miembros 21 países miembros de la OTAN, alianza militar que obedece las órdenes de Estados Unidos.
Durante los últimos 8 años, se han desplegado en Europa –todavía más cerca de Rusia– tropas y bases de la OTAN, ignorando siempre las constantes advertencias de Moscú.
El 15 de diciembre de 2021, la Federación Rusa entregó a los Estados Unidos de América un proyecto articulado de tratado destinado a poner fin a aquella situación explosiva [2].
Ese proyecto no sólo fue rechazado sino que, al mismo tiempo, comenzó el despliegue de tropas ucranianas, de hecho bajo las órdenes de Estados Unidos y la OTAN, para iniciar un ataque a gran escala contra las poblaciones rusas del Donbass. Eso fue lo que motivó la decisión de Moscú de detener la escalada agresiva occidental con la operación militar en Ucrania.
Hacer manifestaciones contra la guerra borrando la historia equivale a contribuir –conscientemente o no– a la frenética campaña desatada por Estados Unidos, la OTAN y la Unión Europea para presentar a Rusia como un peligroso enemigo. Esa campaña occidental divide Europa en beneficio de intereses imperiales y nos arrastra a la catástrofe.
Fuente: Red Voltaire
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