Por Nelson Lombana Silva
La vereda La Martinica, parte baja, sector el Jardín, en la cuesta de la empinada cordillera, es uno de los miradores más importantes de la ciudad musical de Colombia, Ibagué. Quizás, es el sector más estratégico de la ciudad por cuanto allí se encuentra ubicadas las antenas de radio, televisión e internet. Hace parte del corregimiento número dieciséis y se encuentra a menos de una hora del centro capitalino.
Está ocupada por campesinos y campesinas, laboriosos y laboriosas, que desde el amanecer hasta el atardecer trabajan con extrema consagración sin un respaldo adecuado del estado, empezando porque éste no ha tenido voluntad política para ser considerados sujetos de derecho. El campesinado colombiano está terriblemente abandonado a su suerte sin créditos blandos, ni subsidios de ninguna naturaleza. El Estado prefiere subsidiar y brindar todo tipo de gabelas a los grandes oligarcas, terratenientes y empresarios, caso concreto de Agro Ingreso Seguro, por ejemplo, pero, en cambio, el campesino está abandonado totalmente.
La situación se agravó para el agro con el mal llamado Tratado de Libre Comercio (TLC), porque gracias a éste, el gobierno irresponsablemente abrió fronteras, eliminó aranceles, permitiendo el ingreso de productos del campo de otros países en condiciones más favorables. Esta arbitraria medida se convirtió en una verdadera “puñalada trapera” al campesino colombiano. Resulta imposible competir así. La economía campesina de los Estados Unidos, por ejemplo, es subsidiada hasta el 70 por ciento. Es decir, regalando los productos gringos en Colombia, estaría ganando sumas exageradas. El campesinado colombiano no puede hacer esa gracia, porque toda su producción es a puro pulso, sin ningún tipo de respaldo estatal. Alguien dijo gráficamente: “Es como poner a competir un niño desnutrido con un joven de 18 años bien alimentado. ¿Podría existir competencia en este caso?”
Pero, a pesar de esa cruda realidad, los campesinos de esta empinada y vistosa vereda no se resignan y contra viento y marea luchan por hacerla producir. Cultivan café, plátano, yuca, hortalizas y muchos productos más. Además, hay una firme convicción por la conservación del medio ambiente, la espesa y exuberante vegetación y las corrientes hídricas.
Late en sus corazones y mentes la explotación turística a pesar de no tener una infraestructura mínima. Cuenta la vereda con tres carreteables, todos en precarias condiciones, los grandes empresarios que se lucran con el negocio de las antenas no aportan al desarrollo de la comunidad y cuando ésta demanda su apoyo, eluden su responsabilidad afirmando que cancelan al Estado jugosos impuestos y al requerir al Estado reinvertir una partecita, éste señala sin sonrojarse que dichos empresarios no pagan impuesto. Como dice Darwin, miembro de la junta de acción comunal, “Se tiran la pelota entre sí, mientras el campesino queda mirando un chispero”.
Es una comunidad tradicionalista, apacible y taciturna, que padece los cambios de temperatura con estoicismo, sin saber que éste tiene que ver con la política del régimen capitalista, que desprecia la naturaleza asumiendo una cruel práctica depredadora.
El año antepasado, esta humilde comunidad campesina dio una lección de ética y compromiso con el desarrollo comunitario, al hacer alcanzar un pequeño auxilio para arreglar un sector del principal carreteable con placa huellas. No fue noticia nacional porque los medios masivos de comunicación los tienen sus propietarios para ocultar la corrupción y estimular la banalidad. Fueron los medios alternativos los que difundieron esta noticia. Fue algo insólito y a su vez, extraordinario. Líderes como Darwin, José Miguel Cárdenas, entre otros, fueron los protagonistas de este hito histórico.
Una escuelita en la cúspide
En la parte más alta de esta vereda, en el cerro, como le dice la comunidad, se encuentra una escuelita con diecinueve estudiantes, según Darwin, prácticamente abandonada a su suerte. No tiene internet, a pesar de tener las antenas allí y recibir la comunidad el impacto dañino de las ondas electromagnéticas. Es insólito, increíble, vergonzoso, pero cierto. Los niños se ven precisados a hacer largos recorridos por la pendiente a la intemperie, unas veces bajo la lluvia y en otras bajo el sol canicular. Los grandes empresarios no demuestran tener corazón porque se portan indiferentes ante este drama. Poco y nada hacen por conjurarlo.
Sin embargo, la comunidad no se rinde. Insiste. Persiste y haciendo de tripas corazones, hacen ingentes esfuerzos por convencer a estos desalmados empresarios para que ayuden al desarrollo de la comunidad. Se arreglen las vías carreteables y se estimule el turismo ecológico, como lo sugiere Darwin. “El Planeta no es nuestro, es de nuestros hijos y de los hijos de sus hijos”, señala. La esperanza late en el corazón de esta comunidad, cree ciegamente que otro país humano, democrático y con posibilidades de desarrollo comunitario sí es posible, con el concurso dinámico y consciente de todos y todas.
En realidad, es saludable y agradable transitar por estos bellos parajes. Se respira aire puro y optimismo en sus habitantes. Asista, dese una feliz oportunidad de estar en contacto directo con la naturaleza.
La situación se agravó para el agro con el mal llamado Tratado de Libre Comercio (TLC), porque gracias a éste, el gobierno irresponsablemente abrió fronteras, eliminó aranceles, permitiendo el ingreso de productos del campo de otros países en condiciones más favorables. Esta arbitraria medida se convirtió en una verdadera “puñalada trapera” al campesino colombiano. Resulta imposible competir así. La economía campesina de los Estados Unidos, por ejemplo, es subsidiada hasta el 70 por ciento. Es decir, regalando los productos gringos en Colombia, estaría ganando sumas exageradas. El campesinado colombiano no puede hacer esa gracia, porque toda su producción es a puro pulso, sin ningún tipo de respaldo estatal. Alguien dijo gráficamente: “Es como poner a competir un niño desnutrido con un joven de 18 años bien alimentado. ¿Podría existir competencia en este caso?”
Pero, a pesar de esa cruda realidad, los campesinos de esta empinada y vistosa vereda no se resignan y contra viento y marea luchan por hacerla producir. Cultivan café, plátano, yuca, hortalizas y muchos productos más. Además, hay una firme convicción por la conservación del medio ambiente, la espesa y exuberante vegetación y las corrientes hídricas.
Late en sus corazones y mentes la explotación turística a pesar de no tener una infraestructura mínima. Cuenta la vereda con tres carreteables, todos en precarias condiciones, los grandes empresarios que se lucran con el negocio de las antenas no aportan al desarrollo de la comunidad y cuando ésta demanda su apoyo, eluden su responsabilidad afirmando que cancelan al Estado jugosos impuestos y al requerir al Estado reinvertir una partecita, éste señala sin sonrojarse que dichos empresarios no pagan impuesto. Como dice Darwin, miembro de la junta de acción comunal, “Se tiran la pelota entre sí, mientras el campesino queda mirando un chispero”.
Es una comunidad tradicionalista, apacible y taciturna, que padece los cambios de temperatura con estoicismo, sin saber que éste tiene que ver con la política del régimen capitalista, que desprecia la naturaleza asumiendo una cruel práctica depredadora.
El año antepasado, esta humilde comunidad campesina dio una lección de ética y compromiso con el desarrollo comunitario, al hacer alcanzar un pequeño auxilio para arreglar un sector del principal carreteable con placa huellas. No fue noticia nacional porque los medios masivos de comunicación los tienen sus propietarios para ocultar la corrupción y estimular la banalidad. Fueron los medios alternativos los que difundieron esta noticia. Fue algo insólito y a su vez, extraordinario. Líderes como Darwin, José Miguel Cárdenas, entre otros, fueron los protagonistas de este hito histórico.
Una escuelita en la cúspide
En la parte más alta de esta vereda, en el cerro, como le dice la comunidad, se encuentra una escuelita con diecinueve estudiantes, según Darwin, prácticamente abandonada a su suerte. No tiene internet, a pesar de tener las antenas allí y recibir la comunidad el impacto dañino de las ondas electromagnéticas. Es insólito, increíble, vergonzoso, pero cierto. Los niños se ven precisados a hacer largos recorridos por la pendiente a la intemperie, unas veces bajo la lluvia y en otras bajo el sol canicular. Los grandes empresarios no demuestran tener corazón porque se portan indiferentes ante este drama. Poco y nada hacen por conjurarlo.
Sin embargo, la comunidad no se rinde. Insiste. Persiste y haciendo de tripas corazones, hacen ingentes esfuerzos por convencer a estos desalmados empresarios para que ayuden al desarrollo de la comunidad. Se arreglen las vías carreteables y se estimule el turismo ecológico, como lo sugiere Darwin. “El Planeta no es nuestro, es de nuestros hijos y de los hijos de sus hijos”, señala. La esperanza late en el corazón de esta comunidad, cree ciegamente que otro país humano, democrático y con posibilidades de desarrollo comunitario sí es posible, con el concurso dinámico y consciente de todos y todas.
En realidad, es saludable y agradable transitar por estos bellos parajes. Se respira aire puro y optimismo en sus habitantes. Asista, dese una feliz oportunidad de estar en contacto directo con la naturaleza.
No hay comentarios:
Publicar un comentario