domingo, 13 de noviembre de 2016

Colombia: la tragedia de Armero y 31 años de indolencia estatal

Armero. Foto el Espectador
TeleSUR


Hace 31 años una ciudad entera, Armero, fue borrada del mapa por una avalancha en Colombia. Lo ocurrido con aquella ciudad ha sido catalogado como la tragedia natural más grande ocurrida en esa nación.



El 13 de noviembre de 1985 a las 7 de la noche, durante la misa, el cura de Armero le dijo a los feligreses que no se preocuparan, que Dios se estaba ocupando del asunto. A las 7:30, cuando terminó la misa, se montó en su carro y se marchó del pueblo. A la media noche la avalancha provocada por el deshielo del volcán nevado del Ruiz rodeó el cementerio sin dañarlo y sepultó la ciudad entera, mató aproximadamente a 30 mil personas, pero la punta de la torre de la iglesia quedó intacta.


A pesar de la visita y las advertencias previas de expertos, entre ellos varios japoneses, nunca se prendieron las alertas. Hacía un año el nevado del Ruiz, uno de los ocho volcanes que se ubican en la zona (Cerro Bravo, el Cisne, Santa Isabel, Páramo de Santa Rosa, el Quindío, Tolima y Machín) había reiniciado su actividad, después de varias décadas de silencio.


Armero era una ciudad próspera de 50 mil habitantes cuando acaeció la tragedia en la que murieron prácticamente todos sus habitantes. La avalancha alcanzó diez metros de alto, algo así como un edificio de cinco pisos, y arrasó con el pueblo entero. Tan es así que hoy quien camine por la maleza y el bosque que han crecido desordenadamente solo advertirá algunas cruces perdidas, algunas lápidas agrietadas, algunos rastros de que allí hubo una ciudad y el calor de 40 grados a la sombra.


Muchos sobrevivientes han dicho que el presidente le pidió al gobernador que no dijera nada y que el alcalde murió sentado en su escritorio tratando de comunicarse con el gobernador. Del cura no se volvió a saber más.


“Solo le dijeron a la gente que se encerrara y se tapara la nariz. Nunca hubo alarmas. Los expertos advirtieron que el Nevado del Ruiz era un volcán y que había que tener cuidado con la población aledaña”, relató Ana Cecilia Santos al diario El Universal de Cartagena.


Al amanecer del 14 de noviembre de 1985, las radios colombianas informaron:


_ La ciudad de Armero ha sido borrada del mapa. El volcán vecino la mató. Nadie pudo correr más rápido que la avalancha de lodo hirviente: una ola grande como el cielo y caliente como el infierno atropelló a la ciudad, echando humo y rugiendo furias de mala bestia, y se tragó a treinta mil personas y a todo lo demás. El volcán venía avisando desde hacía un año. Un año entero estuvo echando fuego, y cuando ya no podía esperar más, descargó sobre la ciudad un bombardeo de truenos y una lluvia de ceniza, para que escucharan los sordos y vieran los ciegos tanta advertencia. Pero el alcalde decía que el Superior Gobierno decía que no hay motivos de alarma, y el cura decía que el obispo decía que Dios se está ocupando del asunto, y los geólogos y los vulcanólogos decían que todo está bajo control y fuera de peligro. La ciudad de Armero murió de civilización. No había cumplido todavía un siglo de vida. No tenía himno ni escudo, escribió Eduardo Galeano sobre la tragedia.


Ya han pasado tres décadas desde que ocurrió la avalancha y la Ciudad Blanca, como se le conocía a Armero por sus cultivos de algodón, desapareciera dejando en evidencia la indolencia del Estado colombiano con las víctimas. Muchas de esas víctimas eran apenas unos niños cuando ocurrió aquello.


Guillermo Cárdenas González era su nombre en Colombia. Para la época de la tragedia de Armero tenía sólo 4 años. Sobrevivió milagrosamente a la erupción del Nevado del Ruiz, el 13 de noviembre de 1985, y no supo cómo llegó al Instituto Colombiano de Bienestar Familiar (ICBF), donde fue adoptado por una familia holandesa. Hoy, con 34 años, su nombre es Gui Raaijmaakerssu y viajó a Colombia con la esperanza en encontrar a alguna de sus hermanas, a su madre o a su padre.


Las historias se repiten, y como Guillermo, también está Andrés Felipe Cubiedes y otros 50 niños más que se sabe fueron adoptados por familias extranjeras y hoy viven en países como Italia, Bélgica o Suecia procurando entender porqué Dios no se ocupó del asunto.













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