sábado, 19 de noviembre de 2016

Los abismos de la esclavitud infantil en Myammar

Richard Ruíz Julién*

Fascinados por el trabajo en las ciudades, como vía para mantener a toda la familia, muchos niños y jóvenes en Myanmar se encuentran, según expertos, atrapados en un engaño y convertidos en esclavos.



De acuerdo con el último registro realizado en 2014, en ese país del sudeste asiático uno de cada cinco niños de entre 10 y 17 años trabaja.


Según la empresa de análisis Verisk Maplecroft, respecto al trabajo infantil el país se sitúa justo por delante de India y Liberia, en la séptima peor posición.


En tanto, la lucha contra el trabajo infantil es uno de los principales objetivos del nuevo gobierno elegido democráticamente y liderado por la premio Nobel de la Paz Aung San Suu Kyi, que quiere reformar el país después de medio siglo de dominio militar.


Sin embargo, los myanmenos, en su mayoría, esperan mucho más de San Suu Kyi, quien tiene puntos controversiales en su política administrativa, como el hecho de apuntalar la reconciliación nacional como su estandarte y legitimar, en cambio, el rol del ejército para frenar la llamada violencia comunal.


El tan alabado proceso democrático myanmeno es aún frágil y se percibe deferente con los militares, lo que apunta a un conflicto que trasciende nacionalismos y credos, mientras los problemas sociales no han encontrado cauce.


La mayoría de los niños que trabajan en Myanmar provienen de las zonas más aisladas del país, o de regiones golpeadas por conflictos étnicos.


Muchos de ellos trabajan en los cafés de Rangún, en las carreteras vendiendo baratijas, o en las fábricas.


Miles son empleados domésticos encerrados en casas.


Estos son los más vulnerables, porque están totalmente en la sombra, estima Aung Myo Min, director ejecutivo de Equality Myanmar, organización no gubernamental que ayuda a esos jóvenes.


Los propietarios prefieren tener jóvenes que podrán controlar, agregó Myo Min.


Muchos niños viven sumidos en el miedo, se desvalorizan; perdieron su infancia y no pueden recuperarla, lamentó el funcionario.


Ejemplo de ello es San Kay Khine, cuya historia de vida saltó recientemente a la luz pública.


La adolescente de 17 años regresó a su casa después de pasar cinco años en un taller de sastrería en Rangún durante los cuales, junto a Tha Zin, otra chica de su pueblo, fue explotada, golpeada, apenas alimentada y autorizada a dormir solo algunas horas por noche.


Fue un amigo del pueblo quien las llevó a Rangún, prometiéndoles un buen trabajo.


Durante años, sus familias intentaron sacarlas de ahí y sólo después de una investigación de un periodista local que alertó a la comisión nacional de derechos humanos fueron puestas en libertad.


A lo largo de ese período, los padres de San Kay Khaing y de Tha Zin no tuvieron ninguna ayuda de la policía.


Declararon que obtuvieron cuatro mil dólares de la familia del sastre como compensación.


En estos últimos días, cinco miembros de una familia vinculados con el taller y el abuso de las trabajadoras domésticas fueron detenidos y acusados por trata de personas.


A finales de septiembre, la Cámara Baja de Myanmar aprobó una propuesta para aplicar medidas disciplinarias a miembros de la Comisión de Derechos Humanos por incumplir sus deberes de proteger a víctimas de abuso a menores.


A la mencionada entidad se le inculpa de no actuar con seriedad en lo relacionado con el caso de San Kay Khaing y de Tha Zin, de acuerdo con medios de prensa que citan a fuentes parlamentarias.


En el debate, varios miembros de la Comisión fueron criticados por tratar el asunto de una manera injusta e ignorar los derechos de las dos muchachas.


Por el momento, San Kay Khine parece demasiado traumatizada para hablar de lo que le sucedió y solo consigue murmurar unas palabras para decir que quiere quedarse en casa, según reseña un artículo de la agencia Mizzima.


Nyo Nyo Win, su madre, está en cambio muy preocupada por las posibles represalias.


Tengo mucho miedo, no duermo ni como, dice delante de su pequeña cabaña hecha de bambú y paja, donde vive con sus otros tres hijos.


Dijeron que nos acusarían de haberles robado y que nos enviarían a la cárcel, relata.


Tengo una cicatriz ahí donde pusieron un hierro en mi pierna y también una cicatriz en la cabeza, explica, por su parte, Tha Zin.


Y aunque San Kay Khine no pueda ni quiera narrar el infierno que vivió, la imagen de sus manos, con quemaduras, cicatrices y dedos deformados, que circuló varios días por las redes sociales, recordará los años que pasó como esclava infantil, evidencia de la cruda realidad de un millón 700 mil niños en Myanmar.


Entre el 24,4 y el 33,6 por ciento de los menores empleados trabajan al menos 60 horas semanales y el resto 52 horas, todos ellos por un salario por hora promedio de 33 centavos de dólar. Myanmar tiene una fuerza laboral de 33,9 millones de personas, el 54 por ciento mujeres, y el empleo beneficia a 21,8 millones de personas, el 43,1 por ciento mujeres, puntualizó una reciente investigación elaborada por el Ministerio de Trabajo, Empleo y Seguridad Social, en colaboración con la Organización Internacional de Trabajo (OIT).


Los myanmenos de edades comprendidas entre cinco y 17 años representan el 27 por ciento de la población o unos 12 millones.


La OIT calcula que alrededor de 215 millones de menores de 18 años trabajan en el mundo, muchos a tiempo completo.


De ellos, uno de cada ocho niños de cinco a 17 años lo hace en Asia y el Pacífico, uno de cada 10 en América Latina y uno de cada cuatro en África subsahariana, según datos de esa entidad de 2010.


Niño Myanmar Foto : Steve McCurry

*Jefe de la Redacción Asia y Oceanía de Prensa Latina









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