lunes, 15 de agosto de 2016

Los manuales de convivencia

Por Rodrigo López Oviedo

Seguramente que en muchos otros lares deben estarse riendo al vernos enzarzados en una polémica hace mucho superada por ellos: la orientación sexual de los jóvenes. Es una discusión que no se daba en tiempos antiguos, de los cuales existe un copioso número de evidencias que dan buena cuenta de lo irrelevante que era la filiación sexual de las parejas. En Satiricón, por ejemplo, Petronio hace muchas referencias a relaciones homosexuales entre sus protagonistas. También Suetonio nos narra casos parecidos, y en ninguno de estos autores hay muestras de que tales conductas dieran lugar a algún tipo de rechazo.



En nuestro país, por el contrario, ha sido encendida la resistencia generada por el fallo de la Corte Constitucional y las directrices del Ministerio de Educación, que imponen a los centros educativos el deber de revisar sus manuales de convivencia con el fin de introducirles normas que erradiquen la homofobia y garanticen el libre desarrollo de la orientación sexual de los estudiantes.


Esa resistencia tiene su explicación en la larga tradición judío cristiana que ha sido consustancial a la cultura occidental, pero también en los avances que ha logrado la derecha entre nosotros, especialmente a través de su líder principal, el señor Álvaro Uribe, y de un tal Alejandro Ordóñez, quien ha hecho de su vida un apostolado en contra de lo que como Procurador debiera defender: los derechos humanos.


Lo más grave es que ante las normas controvertidas, algunos se han dado a la tarea de tergiversarlas, al punto de llegar a decir que lo que se quiere es introducir a los estudiantes al mundo de la perversión, como si fuera de pervertidos el dar respuesta consciente y responsable a los requerimientos físicos que establecen las hormonas, o a las exigencias espirituales que surjan de una armoniosa relación con el semejante, independientemente de la naturaleza sexual de este.


Las disposiciones objeto de tan acerba crítica buscan garantizar que en los colegios exista una convivencia que sea libre de discriminación y permisiva ante toda conducta que, sin dañar a los semejantes, contribuya a que las parejas que hayan nacido del amor puedan construir la mayor felicidad posible.


Con qué pretexto este ideal pueda ser objeto de semejante saña es lo que los críticos deberían explicar. Seguramente nos dirán que fuimos creados hombre y mujer  y que la vida en pareja debe orientarse al "creced y multiplicaos",  como dice la Biblia. En ello hay una verdad insoslayable para quien cree en tales dogmas. Para los demás, deben ser sus propios criterios los que primen al definir el camino hacia su felicidad. Corresponde al Estado garantizar que así sea.



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