lunes, 7 de marzo de 2022

“Banda de drogadictos y de neonazis”‎

 

El actual presidente ucraniano Volodimir Zelenski (a la izquierda en la foto), otorga al nazi Dimitro ‎Kotsyubaylo (a la derecha) el título de Héroe de la Nación ante el parlamento nacional. Kotsyubaylo ‎es el sucesor de Dimitro Yarosh, hoy consejero especial del jefe de las fuerzas armadas, a la cabeza ‎del grupo pronazi Pravy Sektor (Sector Derecho).

Por Thierry Meyssan

Muchos expresaron sorpresa después de oír al presidente ruso Vladimir Putin hablar de ‎‎«una banda de drogadictos y de neonazis» cuando se refirió a los elementos que detentan ‎el poder en Kiev. La prensa atlantista afirmó incluso que hablaba como un enfermo ‎mental.


Pero los hechos le dan la razón. Después de los acontecimientos de la Plaza ‎Maidan, drogadictos como Hunter Biden –hijo del actual presidente estadounidense Joe ‎Biden– coparon el poder en Kiev y robaron al pueblo ucraniano los fondos provenientes de ‎sus ventas de gas, se adoptó una ley racial, se erigieron monumentos que glorifican al ‎colaborador nazi Stepan Bandera y dos batallones nazis fueron integrados a las fuerzas ‎armadas ucranianas.

A falta de información precisa y, sobre todo, confiable sobre las operaciones en el terreno, en este ‎momento resulta imposible analizar y entender la estrategia militar de Rusia. Sólo el estado mayor ‎ruso y, quizás, el de la OTAN tienen esa información. Lo que divulgan los medios occidentales y el ‎gobierno ucraniano sobre las acciones del ejército ruso y las ‎fuerzas de Donestk y de Lugansk es claramente falso e imposible de verificar.‎

Lo único cierto es que, por el momento, los combates se limitan al territorio ucraniano, a pesar de ‎que el conflicto es entre Rusia y Estados Unidos. La implicación de Ucrania es sólo incidental. ‎

Es de esperar que Rusia eleve próximamente el tono y lleve el conflicto a un segundo teatro de ‎operaciones. ‎

Mientras tanto explicaré lo que el presidente ruso Vladimir Putin quería decir al caracterizar a las ‎autoridades ucranianas como «una banda de drogadictos y de neonazis», frase que, aunque pueda ‎resultar chocante, está justificada por los hechos. ‎

Pero, ¿concede Putin demasiada importancia a esos hechos o será que nosotros, los occidentales, ‎no les damos la importancia que merecen?

De izquierda a derecha: David Archer y su esposa con Joe Biden y su hijo Hunter Biden en ‎un terreno de golf. ‎Fuente: Fox News

«Una banda de drogadictos»

En 2014, el gobierno del presidente Victor Yanukovich (2010-2014) trataba de mantener a Ucrania en ‎una posición intermedia entre su vecino inmediato (Rusia) y su amigo (Estados Unidos). Pero, como ‎dijera el presidente George Bush hijo: «Quienes no están con nosotros, están contra nosotros.». ‎Así que los occidentales veían a Yanukovich como «prorruso», Estados Unidos lo derrocó mediante ‎un golpe orquestado por la subsecretaria de Estado estadounidense Victoria Nuland, durante la ‎‎«revolución de la dignidad» de la Plaza Maidan. El régimen que llegó entonces al poder en Kiev ‎estaba plagado de agitadores profesionales. Se descubrió la corrupción del equipo de Yanukovich y ‎los “straussianos” –entre ellos la señora Victoria Nuland– decidieron ganar todavía más dinero. ‎

El 3 de abril de 2014, uno de los ex consejeros del entonces secretario de Estado John Kerry, ‎el estafador David Archer, y su compañero de juerga y de “sniff”, Hunter Biden, hijo del entonces ‎vicepresidente Joe Biden, se reunieron en Italia –en el Ambrossetti Club, a orillas del lago Como– ‎con el multimillonario Stephen Schwartman, director del fondo de inversiones Blackstone ‎‎(no confundir con Blackrock).‎

Durante aquel encuentro, David Archer, se convirtió en miembro del Consejo de administración de ‎Burisma Holdings, una de las compañías más importante de Ucrania en el sector del gas natural, cuyo ‎propietario era objeto en Occidente de acciones judiciales iniciadas por el FBI estadounidense y el MI5 británico. Los investigadores estadounidenses y británicos habían comprobado que el propietario de ‎Burisma Holdings, el oligarca Mykola Zlochevsky –quien había sido ministro de Recursos Naturales del ‎gobierno de Yanukovich– se había atribuido ilegalmente licencias para sus compañías petroleras y gaseras. David Archer se convirtió en cabeza visible de los negocios del oligarca ucraniano, lo cual ‎le valió ser remunerado con 83 333 dólares al mes. En el sitio web de Burisma Holdings apareció ‎inmediatamente una foto de David Archer en la Casa Blanca… con el entonces vicepresidente Joe ‎Biden. ‎

Posteriormente, el vicepresidente Joe Biden y sus consejeros Jake Sullivan y Antony Blinken viajaron ‎a Kiev para prometer al régimen surgido del golpe de Estado de la Plaza Maidan la ayuda de ‎Estados Unidos y organizar «elecciones creíbles». Pero los oblast de Donestk y Lugansk ‎rechazaron el gobierno provisional instaurado en Kiev –que incluía 5 ministros nazis. Por vía de ‎referéndum, los pobladores de Donestk y Lugansk proclamaron la independencia de ambos oblast. ‎

Al día siguiente, el 12 de mayo de 2014, Hunter Biden, el hijo drogadicto de Joe Biden, era ‎incorporado al consejo de administración de Burisma Holdings. Más tarde, un tercer personaje, ‎Christopher Heinz, hijastro del secretario de Estado John Kerry, se unió a David Archer y a Hunter ‎Biden en el consejo de administración de Burisma. ‎

Durante el segundo semestre de 2014, por instrucciones de David Archer y de Hunter Biden, Burisma ‎Holdings sobornó con 7 millones de dólares al fiscal general de Ucrania –nombrado por el nuevo ‎régimen de Petro Porochenko– para que redactara documentos falsos y cerrara las acciones judiciales ‎contra la empresa y contra su propietario oligarca. Existe la grabación de una conversación telefónica ‎donde se oye al ya presidente ucraniano Petro Porochenko confirmarle al vicepresidente ‎estadounidense Joe Biden que el asunto está «arreglado». O sea, Estados Unidos “recicló” a ‎Porochenko, ex ministro del «prorruso» Yanukovich. Más adelante, el fiscal general –decidamente ‎demasiado goloso– fue apartado del régimen durante una votación del parlamento provocada por ‎Estados Unidos, la Unión Europea, el FMI y el Banco Mundial, que querían salvar a la oligarca y ‎ex primera ministro Yulia Timochenko, pero sin gastar demasiado dinero. ‎

Todos esos hechos fueron ampliamente publicados en la prensa ucraniana. Pero son sólo la parte ‎visible del iceberg. Por ejemplo, según el Wall Street Journal, el secretario de Energía ‎estadounidense, Rick Perry, presionó al presidente Volodimir Zelenski para se deshiciera de los ‎administradores de la compañía gasera pública Naftogaz y los sustituyera por otros personajes, como ‎el straussiano estadounidense Amos Hochstein, hoy Enviado Especial y Coordinador de Asuntos Energéticos ‎Internacionales en la administración Biden.‎

En julio de 2019, el presidente estadounidense Donald Trump solicitó al presidente ucraniano Volodimir ‎Zelenski que investigara esos casos de corrupción –incluyendo el del secretario de Energía de su propia ‎administración. El presidente Zelenski se negó. Cuando Trump lo presiona un poco más… un funcionario de la inteligencia estadounidense revela el contenido de aquella conversación y acusa ‎al presidente Trump de usar a Ucrania para perjudicar a su rival, el candidato demócrata Joe Biden. ‎El resultado será la apertura en el Congreso de un procedimiento de destitución contra Trump. ‎

Lo mínimo que se puede decir es que hay en todo esto numerosos hechos comprobados de ‎corrupción, hechos cometidos en beneficio de personalidades ucranianas y estadounidenses, y que, ‎en definitiva, “desaparecieron” decenas de miles de millones de dólares que debían haber ido a ‎las arcas de Ucrania, mientras que se derrumbaba el nivel de vida de los ucranianos de a pie. ‎Todo eso se hizo a través de testaferros que no saben absolutamente nada sobre la industria del gas ‎pero que tenían en común su participación, junto a Hunter Biden, en las fiestas donde este hijo del hoy ‎presidente de Estados Unidos solía consumir droga. A eso se refería, con toda razón, el presidente ‎ruso Vladimir Putin. ‎

Desde el punto de vista europeo, todos hemos podido comprobar, desde hace un año, que el precio ‎del gas que consumimos se ha multiplicado por 10. Por supuesto, el crecimiento de la demanda es ‎superior al de la oferta. Pero eso no basta para explicar la magnitud de esa alza del precio. ‎En realidad, los contratos a largo plazo sobre el suministro de gas siempre se calculan a precios algo ‎superiores que antes, mientras que los contratos a corto plazo se han disparado. Lo único que ‎explica la diferencia es la especulación. Y, precisamente, Blackstone y los amigos del presidente Joe ‎Biden han sido los primeros en especular con el gas. Es evidente que sabían que estallaría una crisis ‎con un país productor. ‎

Lo anterior permite entender mejor por qué la prensa atlantista se empeña en restar importancia al ‎caso de Hunter Biden, asunto en el cual su padre –ahora convertido en presidente de ‎Estados Unidos– está metido hasta el cuello. En definitiva, lo que está sucediendo en Ucrania ‎se traduce en un alza adicional de los precios del gas, siempre en beneficio de los amigos del ‎presidente estadounidense Joe Biden… y en detrimento de los europeos. ‎

Hay que relacionar esos hechos con lo que yo mismo escribía en el anterior artículo de esta serie. ‎Jake Sullivan, Antony Blinken y Victoria Nuland –que han orquestado todos estos rejuegos– son ‎‎“straussianos”, o sea discípulos del filósofo Leo Strauss‎ [1], y, como escribía en 1992 el primero de ellos, Paul ‎Wolfowitz, el primer rival de Estados Unidos es… la Unión Europea, cuyo desarrollo Washington debe ‎impedir. ‎

En todo caso, esos hechos son asuntos internos ucranianos y de los europeos occidentales. Y ‎no justifican una intervención exterior.

El batallón nazi Azov entra en Mariupol (sureste de Ucrania) en agosto de 2020.

«Una banda de neonazis»

‎El presidente ruso Vladimir Putin mencionaba también una banda de neonazis. Ya no se trata de un ‎grupito de algunas decenas de individuos sino de varios miles, entre 10 000 y 20 000. ‎

Para entender hay que recordar que, al final de la Segunda Guerra Mundial, Estados Unidos y la URSS ‎capturaron numerosos dignatarios nazis y trataron de obtener la información que tenían esos ‎personajes. Al cabo de 8 meses, los soviéticos los mandaron a sus casas. Pero Estados Unidos ‎se dio a la tarea de “reciclar” cierto número de nazis. ‎

Todo el mundo sabe, por ejemplo, que el científico nazi creador de los V2, Wernher von Braun, acabó ‎convertido en jefe de la NASA, gracias a la Operación Paperclip [2]. Entre los nazis “reciclados” mediante la ‎Operación Paperclip también estaba el consejero especial de Hitler para el Nuevo Orden en Europa, ‎Walter Hallstein, quien fue después el primer presidente de la Comisión Europea, y el alpinista Heinrich ‎Harrer, a quien la CIA confió la educación del Dalai Lama. ‎

Pero es menos sabido que la CIA “recicló” numerosos miembros de las SS y policías de la tenebrosa ‎Gestapo distribuyéndolos por todo el mundo. Así se instaló en Bolivia el gestapista Klaus Barbie ‎y llegó a Siria –entonces aliada de Estados Unidos– el SS Alois Brunner.‎

La CIA utilizó a los nazis durante toda la guerra fría. Hasta que el presidente James Carter ordenó al ‎almirante Stansfield Turner “poner orden” en la agencia y limitar el papel de aquellos agentes. ‎La mayoría de los nazis fueron separados, pero se conservó a los que podían actuar en los países ‎miembros del Pacto de Varsovia. Después de Carter, el presidente Ronald Reagan buscó influir en las ‎‎«naciones cautivas» de Europa oriental creando un montón de asociaciones para desestabilizar ‎los Estados miembros del Pacto de Varsovia, e incluso la URSS. ‎

Así, de manera totalmente lógica, en 2007, la CIA organizó en Ternopol, Ucrania, un congreso para ‎reunir a los neonazis europeos y los yihadistas del Medio Oriente contra Rusia. Ese encuentro tuvo ‎como copresidentes al nazi ucraniano Dimitro Yarosh y al emir checheno Doku Umarov. Este último, ‎reclamado por INTERPOL, no pudo viajar a Ternopol pero envió un video con su mensaje de apoyo. ‎Después de aquello, neonazis y yihadistas lucharon juntos para imponer el Emirato Islámico de ‎Ichkeria, en lugar de la República de Chechenia. ‎

En 2013, la OTAN entrenó en Polonia a los hombres de Dimitro Yarosh, para utilizarlos después en la ‎operación de «cambio de régimen» montada en Ucrania por Victoria Nuland: la llamada «revolución ‎de la dignidad», también conocida como «EuroMaidan». En aquel momento, la mayoría de los ‎periodistas que estuvieron en la Plaza Maidan notaron la inquietante presencia de aquellos nazis… pero ‎las personalidades occidentales que venían a participar en aquella “revolución”, como el “filósofo” ‎francés Bernard-Henri Lévy, no los veían. ‎

En los meses subsiguientes, la presencia de 5 ministros nazis en el gobierno de transición surgido del ‎putsch de Maidan dio lugar a los referéndums de independencia de los oblast de Donetsk y Lugansk. ‎Siguiendo los consejos de los amigos de Joe Biden, el presidente Petro Porochenko organizó a aquellos nazis en unidades militares y los envió a luchar contra los independentistas de Donetsk y ‎Lugansk. Los grupos neonazis estaban financiados por el mafioso ucraniano Igor Kolomoiski –este ‎último era presidente de la comunidad judía ucraniana pero no vaciló en convertir a los matones ‎neonazis en una especie de ejército particular. Posteriormente, combinando sobornos y amenazas, ‎Kolommoiski trató de hacerse con el control de las organizaciones judías europeas, pero ese intento ‎terminó en fracaso.‎

Para reemplazar a Porochenko en la presidencia de Ucrania, Kolomoiski fabricó un nuevo “político” ‎convirtiéndose en productor de una serie de televisión titulada Servidor del pueblo, cuyo protagonista ‎era un tal Volodimir Zelenski.

Ya como presidente de Ucrania, y con los straussianos de regreso en la ‎Casa Blanca, Zelenski aceptó todas las sugestiones que hacían los discípulos del filósofo alemán. ‎Zelenski erigió monumentos en homenaje a Stepan Bandera, jefe de los colaboradores nazis durante la ‎Segunda Guerra Mundial. En definitiva, Zelenski apoyó la ideología de Bandera, según la cual la ‎población ucraniana tiene dos orígenes –uno escandinavo y protogermánico y otro eslavo– pero sólo ‎los provenientes del primero son verdaderos ucranianos mientras que los otros son “sólo” rusos… ‎‎“subhumanos”. Así que Zelenski promulgó una «Ley sobre los Pueblos Autóctonos» que no reconoce ‎los derechos humanos y las libertades fundamentales a los ucranianos de origen eslavo [3]. Esa ley ‎todavía no ha entrado en aplicación. ‎

Durante 8 años, los grupos nazis han masacrado a los habitantes del Donbass. Alemania y Francia, ‎países garantes de los Acuerdos de Minsk nada hicieron por impedirlo. Hasta la ONU prefirió mirar ‎para otro lado. Durante 8 años esos grupos se desarrollaron, pasando de unos cientos de individuos ‎a miles de soldados. ‎

A pedido de la subsecretaria de Estado Victoria Nuland, el presidente Zelenski nombró al cabecilla nazi ‎Dimitro Yarosh consejero especial del jefe de las fuerzas armadas. Interrogado por los periodistas sobre ‎tal nombramiento, el jefe de las fuerzas armadas, visiblemente incómodo, se negó a comentarlo ‎alegando que era un asunto de «seguridad nacional». Yarosh reorganizó a los neonazis en ‎dos batallones –integrados a las fuerzas armadas– y en grupos urbanos e inició un ataque ‎de gran envergadura contra los oblast separatistas de Donestk y Lugansk, precisamente durante el fin de semana de la ‎Conferencia de Seguridad de Munich, lo cual motivó la operación militar especial de la Federación ‎Rusa. ‎

El 3 de marzo, el batallón nazi Aidar fue derrotado por las fuerzas rusas. El presidente Zelenski nombró ‎entonces al comandante de ese batallón nazi en el puesto de gobernador de Odesa, dándole como ‎misión impedir que las fuerzas rusas abran un corredor entre Crimea y Transnistria. ‎

Todo eso son hechos comprobados e indiscutibles. Se puede estimar que la respuesta de Rusia ha sido ‎desproporcionada y quizás inapropiada pero no es injustificada. ‎

Hay tener muy en cuenta que los pueblos del este de Europa no vivieron la Segunda Guerra Mundial de ‎la misma manera que los europeos de Occidente. En Europa occidental, el nazismo fue una dictadura ‎que arremetió contra las minorías, como los gitanos y los judíos, a los cuales secuestró y exterminó ‎por millones en sus campos de concentración. ‎

Pero el proyecto de los nazis para el este de Europa era muy diferente. Se trataba de “liberar” un ‎‎«espacio vital» exterminando la población eslava… sin necesidad de crear campos de concentración ‎porque había que matar a todo el mundo. Sólo en la URSS se contabilizaron 27 millones de muertos ‎y la Rusia moderna se construyó en el recuerdo de la Gran Guerra Patria contra el nazismo. ‎

Para los rusos es absolutamente inaceptable portar cruces gamadas y votar leyes raciales [4].‎

 Este artículo da continuación a los trabajos
 1. «Rusia quiere obligar Estados Unidos a respetar ‎la Carta de la ONU», 4 de enero de 2022.‎
 2. «Washington prosigue en Kazajastán el plan de la ‎RAND Corporation, que ya continúa ‎en Transnistria», 11 de enero de 2022.
 3. «Washington se niega a escuchar a Rusia y ‎a China‎», 18 de enero de 2022.
 4. «La increíble sordera de Washington y Londres», ‎1º‎ de febrero de 2022.
 5. «Washington y Londres tratan de mantener su ‎dominación sobre Europa», ‎8 de febrero de 2022.
 6. «Dos interpretaciones sobre la cuestión de Ucrania», 16 de febrero de 2022.
 7. «Washington hace sonar el clarín pero sus aliados retroceden», Red Voltaire, 22 de febrero de 2022.
 8. «Vladimir Putin en guerra contra los “straussianos”», Red Voltaire, 5 de marzo de 2022.

‎‎Fuente: Red Voltaire

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