miércoles, 16 de marzo de 2022

Entre la Furia y la Fobia

Foto tomada del libro “Objetivo Moscú: protagonistas de la obsesión antirrusa” de la oficina parlamentaria del exeurodiputado Javier Couso Permuy.

Por: Luz Marina López Espinosa


“Lo más terrible se aprende enseguida y lo hermoso nos cuesta la vida.” Silvio Rodríguez



Lo que inermes habitantes del mundo estamos padeciendo, el abrumador bombardeo de todos los medios y corporaciones comunicacionales del mundo -ese en cuya órbita deberíamos girar-, sobre la inaudita perfidia de Rusia e intrínseca maldad de su presidente, quizás carezca de antecedentes en la historia. 

Y es que la historia, que ha sido pródiga en eso de criminalizar personajes, excluirlos de la condición humana e incluso asignarles calidades satánicas, esa queremos decir no verdadera sino la fabricada por los medios de comunicación a instancias de los poderosos del globo en beneficio de su codicia y dominación, no da noticia de una cruzada a la que le cabe el calificativo de histérica. Y qué casualidad, sincronizada aún en las palabras y expresiones utilizadas. Razón de por sí para entrar en sospechas.   Las referencias más notorias de similar campaña en las últimas décadas, Saddam Husseín, Muamar el Gaddafi, Bashar al Assad, Kim Jong-un, Ebrahim Raisi en Irán y Nicolás Maduro y Daniel Ortega. Éstos, odiados por Estados Unidos y sus clientes por no ser serviles a la potencia hegemónica ni permitirle rapiñar la riqueza de sus naciones, fueron objeto de feroces campañas de descrédito. Pero la actual contra Rusia y el presidente Putin a propósito de la operación militar especial sobre Ucrania, las sobrepasa.
    
Lo más   lamentable de todo es que esta campaña contra Rusia obnubila y formatea de tal manera los cerebros de los millones bombardeados cada minuto con las noticias alarmantes y patéticas de lo ominoso de la invasión y lo hórrido del drama humanitario, que a las pobres gentes indefensas frente a los misiles de la ciberguerra, sólo les queda en un primario sentimiento de justicia, condolerse y solidarizarse con la víctima. Y desde el corazón apostrofar al victimario. Así, los laboratorios de guerra de IV generación de los Estados Unidos y la OTAN -o sea de EE.UU-, recogen el producto de una alquimia largamente trabajada: transmutar el cobre de la mentira en el oro de la verdad.  Conquistaron las mentes y el corazón de una audiencia que si bien es falso que sea universal -¡otra mentira!-, sí  es la suficiente para sentir que van ganando la flamante guerra.

Y entretanto la verdad, la verdadera, ha desaparecido en las retortas de los laboratorios de la ciberguerra, las fake news y la desinformación. Otra víctima del conflicto entre Rusia y Ucrania. Como no se nos escapa que lo aquí dicho y precisamente por no ser la verdad oficial lo que por corolario lo haría mentira, exige una clara fundamentación, a ello procedo.

“Es Estados Unidos con sus misiles el que ha venido a nuestra casa. Están en nuestra puerta (…)  ¿Es una exigencia excesiva  no poner más sistemas de ataque cerca de nuestra casa? (…) Ni un centímetro hacia el este nos dijeron en los años 90. ¿Y que? Nos engañaron. Cinco oleadas de expansión de la OTAN”.  

Las palabras del presidente Vladimir Putin a propósito de la crisis actual y cuya honradez nadie debería cuestionar, deberían ser suficientes para legitimar su “operación militar especial” en Ucrania, que no “guerra contra Ucrania”.  Es que cuando se le exigió a los norteamericanos que cumplieran su promesa de los noventa hecha en plena euforia de la desintegración de la Unión Soviética, respondieron con un cinismo de la peor extirpe: “¿Dónde pusimos eso en el papel?”  El presidente Gorbachov que fue el que recibió ese juramento, sabía que sin llevarlo a un tratado formal, él nada significaba. Sin embargo lo aceptó así. Pronto la historia demostró que él era parte del juego norteamericano.

Ese reclamo ruso hay que ponerlo en correspondencia con la posición norteamericana durante las décadas que este país y en particular Putin llevan negociando tema tan crucial para la nación euroasiática. Esencial, porque en ello va su seguridad, su integridad y si se quiere, su misma existencia. Sin retórica ni tremendismos. ¿Por qué? Porque la OTAN es una Alianza Militar cuya razón de ser era la contención de la Unión Soviética; pero desintegrada ésta, se demostró que su real mandato era “contener” a la nación que por ser una potencia con un gran territorio y no girar en su órbita, Estados Unidos históricamente la ha mirado como enemiga. Sea cual sea el régimen que allí rija, aún si es capitalista. Esa nación es la Rusia de siempre aún desaparecida la URSS. Y esa Alianza que existe para confrontarla, está dotada de poder nuclear y es de hecho la más   agresiva del mundo. Entonces ¿qué puede significar ese afán de expandirse hacia la frontera rusa e instalar allí sus misiles nucleares como sin reato lo reconocen? ¿Si Rusia dijeron los norteamericanos en 1989, es un nuevo “país amigo” y capitalista donde hasta el comunismo fue ilegalizado? Los rusos que nada tienen de lerdos  lo entienden a la perfección. De ahí la línea roja que con autoridad el presidente Putin ha dicho no permitir traspasar.

¿Y de esos años de conversaciones sobre tan grave materia qué quedó? Nada. Burlas, desdén por la preocupación rusa, chantajes y propuestas de más charlas inanes, mientras se seguía fortaleciendo la OTAN y avanzando hacia el este. Son las cosas que no dice la histérica campaña occidental con episodios rocambolescos como expulsar a esa nación de todas las ligas deportivas internacionales y a sus deportistas de toda suerte de torneos. A sus tenistas, automovilistas, ciclistas y ajedrecistas.  Por decreto eliminada su selección de fútbol de Qatar   2022 (¡!!!), y a sus artistas, directores de orquesta y hasta circos (¡!!), cancelarles sus presentaciones. ¡Ah! ¡Y le quitaron el cinturón negro de Karate -o Taekwondo- que ostentaba Vladimir Putin! Pareciera chiste.

Pero la rusofobia no es nueva. Ni se da a propósito de la operación militar en Ucrania que entre otras cosas, responde a un llamado de las República Populares de Donetsk y Lugansk independizadas de Ucrania, la que actúa respecto a ellas como victimario. Repúblicas reconocidas por la Federación Rusa y con las que tiene suscrito un Tratado de Amistad y Asistencia Mutua. La última etapa de esa fobia que tiene antecedentes más que centenarios y ha sido uno de los ejes de la política exterior de los Estados Unidos -clientelizando a Europa en ello-, comenzó en 2014 con el Maidán. Éste, movimiento descaradamente financiado por la CIA, derrocó al presidente legítimo el proruso Víctor Yanukovich, tuvo  como fuerza de choque predominante los movimientos neo nazis “Sector Derecho” y “Batallón Asov” apoyados por el después presidente Volodimir Zelensky. Y que impunemente viene cometiendo actos de barbarie en esa región del Donbass que Occidente  se guarda de denunciar. El mundo no ha olvidado que fueron ellos los que quemaron vivos a 48 sindicalistas y comunistas en la “Casa de los Sindicatos” en Odessa en el 2014. La furia antirusa y pro Zelensky de los medios y los gobiernos pasan por alto tal episodio. Al igual que el auténtico genocidio que ese presidente y sus aliados cometen en el Donbass desde el 2014 reprimiendo a los prorusos e independentistas.  Catorce mil asesinados bien autorizan este término.

Un paneo histórico muy denso y documentado de la situación de hoy en Ucrania, lo contiene el libro del 2019 “Objetivo Moscú”: protagonistas de la obsesión antirrusa de la oficina del europarlamentario español Javier Couso Permuy del cual recabo valiosa información. Tan serio, que pareciera haber sido elaborado en marzo de 2022 posterior a los sucesos de Ucrania. Así de visionario resultó.

Es por ello que lleno de razones, el presidente Putin exige para dar fin a la operación militar en Ucrania no sólo resolver en forma definitiva y oficial sobre la no expansión de la OTAN a sus fronteras, sino la desmilitarización de Ucrania y la “desnazificación” de su régimen. Porque si bien no se puede decir que el presidente Zelensky sea nazi, sí lo son el “Sector Derecho” y el “Batallón Azov” con quienes hay mutuo apoyo.

La fobia ingénita de los Estados Unidos hacia Rusia existe prácticamente desde los tiempos del zarismo por razones comerciales y militares pero en especial por las pretensiones imperiales norteamericanas de unipolaridad. Y en esa órbita ha puesto a girar como débil satélite, a la otrora altiva y poderosa Europa siendo varias las razones invocadas por los EE.UU para exigir ese sometimiento. Las más importantes, el Plan Marshall   desde el primer momento atado a la guerra fría declarada por los EE.UU el mismo día de la derrota de Alemania en la II Guerra Mundial. Después Corea, Vietnam, Cuba, Argelia, los movimientos de liberación de las colonias africanas y las luchas de los latinoamericanos contra las atroces dictaduras que los oprimían. Detrás de todas y cada una de esas guerras y conflictos habría una “trama rusa” para dominar el mundo, de la cual víctima propiciatoria sería Europa occidental como emblema del “mundo libre” según el evangelio apócrifo de los norteamericanos.  Cuando no, lo que vendían era el peligro de un ataque demoledor de Rusia que podría llegarles en cualquier momento, lo que les imponía como cuestión de sobrevivencia suscribir el tratado de la OTAN y fortalecerlo cada vez más. Todo, bajo el control, digámoslo mejor, bajo la autonomía de los Estados Unidos como ya lo ha demostrado pasando por encima de sus “socios”.

De todo lo dicho viene el seguidismo hoy de Europa a la decisión norteamericana de, frente a la imposibilidad de declararle una guerra de destrucción a Rusia como lo hizo sin declaración inclusive en los actos de Irak, Afganistán, Siria, Libia y Yugoeslavia, sí una de devastación comercial, financiera, cultural y hasta deportiva, que arruine a la gran nación euroasiática. De ahí las declaraciones de indignación y furia de todas las autoridades europeas por las supuestas atrocidades rusas en Ucrania, la supuesta destrucción de ciudades e instalaciones civiles que ni siquiera las cámaras de televisión diligentemente emplazadas   han podido mostrar. Indignación y furia que jamás mostraron cuando los Estados Unidos destruía ciudades enteras y con ellas las vidas de cientos de miles en impunes guerras de agresión.

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