Bruno Muel. |
Manuel Salamanca Huertas
Entrevista con el cineasta francés que registró los bombardeos de Riochiquito en 1965.
En septiembre de 1965, dos jóvenes cineastas franceses, Bruno Muel y Jean-Pierre Sergent llegaban a Colombia. Por ese entonces, ya hacía más de un año que el gobierno del Frente Nacional de Guillermo León Valencia había declarado la guerra a los campesinos de Marquetalia arremetiendo contra las “repúblicas independientes”, el Plan LASO (Latin American Security Operation) elaborado por Washington estaba en marcha, Riochiquito era la siguiente etapa. Los cineastas lograron penetrar en la zona de guerra, encontrar a los guerrilleros, filmar los bombardeos, la evacuación de los campesinos, grabar las imágenes de un conflicto armado que se prolongaría por más de medio siglo.
Bruno Muel acaba de publicar un libro, Les rushes de Bruno Muel (Las tomas de Bruno Muel), en el cual retraza su larga carrera, su compromiso, sus encuentros, y entrega parte de sus recuerdos del país de las mariposas amarillas.
En estos días en que en Colombia se abre una página de la historia, Bruno Muel nos ha concedido una entrevista.
—Bruno, en tu documental Las largas marchas dices: “en 1965 llegamos a Colombia con Jean-Pierre Sergent con el fin de filmar las guerrillas comunistas”. ¿Qué los motivó para venir a Colombia, un país tan lejano de Francia?
—En 1964 hubo en Francia una petición, firmada por personas como Jean-Paul Sartre y Simone de Beauvoir, que denunciaba el hecho de que en Colombia había una guerrilla y cuya existencia era negada, era ocultada por el gobierno colombiano. Esto nos motivó para ir al encuentro de gente que luchaba y fue así como tomamos contacto con miembros del Partido Comunista Colombiano, quienes organizaron todo muy bien para que pudiéramos llegar a Riochiquito. Primero dimos una vuelta por La Guajira, para despistar los servicios policiales. Acompañados por Nelson Robles, un abogado comunista ya fallecido. Era un tipo muy simpático y amable originario de La Guajira. Me acuerdo, tomé algunas imágenes, era como si hiciéramos un viaje turístico.
Después regresamos a Bogotá y una mañana nos encontramos con dos amigos colombianos que nos sirvieron de intérpretes, pues hablábamos muy poco español. Uno de ellos, Pepe Sánchez, que en ese entonces ya era un actor conocido. Recuerdo que nos habíamos detenido en un pueblito para comer algo y unos chicos lo reconocieron. Al otro compañero lo llamábamos Chiribico. Llegamos a un pueblo de cuyo nombre no me acuerdo. Allí vinieron a buscarnos. En unas mulas nos internamos en lo alto de la montaña, dimos con un puesto militar en donde declaramos ser etnomusicólogos que íbamos en busca de indios para grabar su música, los guardias estaban como medio dormidos y nos dejaron pasar sin mayor problema.
Mas adelante llegaron a nuestro encuentro unos jóvenes guerrilleros, uno de ellos era Hernando González. Inmediatamente fuimos acogidos como amigos, ellos eran más o menos de la misma edad que nosotros. Nos llevaron al puesto de comando que se encontraba oculto por unos árboles. Era un refugio muy rudimentario.
Allí encontramos a los dirigentes: Manuel Marulanda que era el jefe reconocido, un campesino, en general todos eran campesinos, era verdaderamente una guerrilla campesina, es importante recalcarlo. Había un aporte de la ciudad como Jacobo Arenas que había sido dirigente sindical petrolero, era como un comisario político, igualmente se encontraba Hernando González que era un estudiante comunista que estaba para hacer un trabajo de politización al lado de los jóvenes guerrilleros campesinos. Se encontraba también Ciro Castaño que en la entrevista dice tener 15 años de experiencia en la resistencia. Ellos insistían en que el Gobierno había llamado sus zonas “repúblicas independientes”, mientras ellos se consideraban organizados en autodefensas campesinas.
—¿Cuando llegaron a Colombia ya sabían de todo eso?
—No, muy poco. Fueron los guerrilleros los que nos explicaron todo eso. Entonces eran autodefensas que defendían a los campesinos. Estaban mezclados. Yo filmé cómo los guerrilleros cortaban la caña. Algo que me impresionó era la autoridad. Esa autoridad que no se siente, se notaba la disciplina pero no la autoridad, algo así como una cooptación natural. La autoridad de Manuel Marulanda era evidente.
—Algunos dicen que esa guerrilla del comienzo después perdió su ideal. ¿Qué piensas de esto?
—Marulanda dice en la entrevista que nos concedió, que el Gobierno los calumniaba permanentemente. En el camino de regreso uno de los guerrilleros que nos acompañaba nos contó que él había sido bandido, pero cuando se enroló en la guerrilla entendió que valía la pena organizarse. Tenía una escopeta y se sentía orgulloso de su escopeta. Decía, “da un solo tiro pero siempre es el bueno”. Se llamaba Martín.
—Decías que Marulanda era el jefe incontestable. Como persona, ¿qué impresión te dio?
—Era una persona sencilla, muy discreta. Nunca le oí un grito. Era un hombre macizo, que hablaba poco. Había algo que nos hacia reír. Él creía en los duendes. Su origen campesino se notaba ahí. Puede ser que no creyera totalmente pero estaba impregnado de sus orígenes. Eso se notaba y no le quitaba nada de la autoridad política que tenía sobre el conjunto. Recuerdo también a Ciro Castaño, era un verdadero guerrero.
Recordemos que estamos en el año 1965, un año antes los combatientes habían logrado escapar al cerco del Ejército en Marquetalia, donde hubo fuertes pérdidas de lado y lado. Riochiquito era la segunda zona de guerra. Yo estaba ahí.
—¿ Qué nos puedes contar de Riochiquito?
—Bueno, al principio pasamos unos días muy tranquilos. Pudimos filmar escenas de la vida cotidiana de los campesinos mezclados con los guerrilleros. Cocinando, haciendo el sancocho. Después vinieron los bombardeos. Los dirigentes sabían que iban a bombardear, por eso hicieron evacuar el pueblo. Los campesinos huían, los aviones sobrevolaban. Los guerrilleros no tenían miedo. Nosotros tampoco. Nos sentíamos protegidos. Al mismo tiempo que evacuábamos la zona nos íbamos internando en lo profundo de la selva, la situación se ponía más dura. Hacía más frío, más humedad, los campesinos sufrían, los niños, los ancianos. Después teníamos que salir con Jean-Pierre y nuestros dos amigos bogotanos, lo mismo que algunas mujeres y un anciano, de la zona de combate.
Empezó entonces una larga marcha con una pequeña columna de guerrilleros que abrían trocha con sus machetes, ellos conocían la zona. Caminábamos en condiciones difíciles, durmiendo en el suelo, tapándonos con unas dos o tres cobijas. Las noches eran frías. Al cabo de un mes salimos a un claro. Allí llegó un carro que nos llevó a Bogotá. Logramos contactar a la Embajada de Francia. Al día siguiente nos detuvieron separadamente. A mí me detienen al llegar a casa de un etnólogo donde nos quedábamos. Unos 10 hombres en un jeep bien armados vinieron para detenerme. Me llevaron a donde un general del Ejército que parecía que estaba como en una fiesta de militares, me miró, dijo algunas palabras, después me llevaron a un cuartel en el centro de Bogotá.
No me acuerdo bien, nos tuvieron detenidos unos 15 días en lugares separados. No nos podíamos ver. Nos hacían interrogatorios que duraban hasta tres horas. En cuanto a nuestro material, nos habíamos puesto de acuerdo con Jean-Pierre para decir que lo habíamos perdido. Que lo habíamos escondido al lado de un árbol pero que no sabíamos. Los guerrilleros nos habían recomendado dejarlo todo, la cámara, las cintas de lo que habíamos filmado. Es por eso que cuando nos detuvieron no teníamos nada o si no nos lo hubieran quitado. Finalmente salimos expulsados de Colombia. Fue ya en París, como tres meses después, que recibí una llamada de un tal Feliciano diciendo que tenía las cintas. Fui a la cita y, en efecto, tenia pequeñas bobinas cocidas al forro de la gabardina.
—¿Entonces en 1983 vuelves a Colombia?
—Sí, contacté a un militante del Partido Comunista Colombiano que me sirvió de intermediario. Él fue quien organizó todo. Después de la elección de Mitterrand a la Presidencia, en las cadenas publicas entran algunos conocidos. La cadena Uno, que todavía era del servicio público, financió Largas Marchas. Mi proyecto fue aceptado y así vuelvo a ver a mis amigos de la guerrilla.
—¿Era una necesidad, un deseo regresar a Colombia?
Bien, había varias cosas. Yo tenía un gran deseo de volver, ver lo que ocurría. Mientras tanto yo había sido operado de un cáncer y tenía serios problemas de salud. Era para mí como un desafío demostrar que todavía podía hacer eso, como para decirme que estaba curado. Entonces fuimos con un equipo de profesionales del INA (Instituto Nacional del Audiovisual).
En este viaje voy a encontrarme con algunos dirigentes de la guerrilla para filmarlos y que nos hablen de la situación.
—¿Con quién pudiste verte?
—El encuentro tuvo lugar por los lados del páramo, muy cerca de Bogotá. Vinieron Jacobo Arenas y Jaime Guaracas. Les dije que me gustaría volver a ver a Manuel Marulanda. Me dijeron que había por lo menos tres días de marcha. Como yo estaba con todo un equipo era complicado.
Antes de subir al páramo, pude entrevistar al presidente de la República Belisario Betancur. Me comentó que estaba en diálogos con las guerrillas para llegar a una ley de amnistía. Entonces le pregunté a Jaime y a Jacobo lo que pensaban de esa ley de amnistía. Ellos respondieron que había que ver, que por qué no. Pero lo que no podía saber fue lo que ocurrió después. En 1985 con la creación de la Unión Patriótica, la UP había logrado tener senadores y concejales, después les asesinaron tres mil, cuatro mil, no se cuántos.
Sobre este tema he leído El olvido que seremos de Héctor Abad Faciolince, que no es un hombre de izquierda. El prefacio está escrito por Mario Vargas Llosa, que tampoco es de izquierda, pero el padre de Héctor Abad era un médico liberal muy comprometido con la defensa de los derechos humanos en Antioquia y escribía textos denunciando la violencia del Estado. Consideraba más cruel la violencia del Gobierno para mantener su dominación mientras que la guerrilla luchaba por un cambio de régimen. Pues bien, este señor fue asesinado cuando iba al entierro de un amigo, dirigente de un sindicato de maestros que había sido asesinado el día anterior. Era esa violencia que se había desencadenado, se estaba viviendo el comienzo del paramilitarismo, esto me impactaba.
En el documental Largas Marchas entrevisto a una pareja de campesinos que pude encontrar gracias al padre jesuita Javier Giraldo. A estos campesinos les asesinaron tres hijos adolescentes, que tocaban guitarra y cantaban en la noche. Unos hombres vinieron y los mataron fríamente, lo mismo que a otras personas que se encontraban con ellos. Los campesinos acusaban a los hombres del MAS (Muerte a los Secuestradores) de los asesinatos. Los asesinaron por ser de una comunidad cristiana, acusándolos de ser cómplices de la guerrilla.
—Ya hace mas de treinta años que estuviste en Colombia. ¿Te gustaría volver una vez más?
—Claro que sí. A los países en donde he estado, esos donde hubo esas guerras, esos campesinos que tuvieron que tomar las armas para defenderse. Eso lo conocí en Argelia prestando el servicio militar en 1956, tenía entonces 20 años, eso me impactó, me hizo reflexionar. Es desde ese entonces que construí mi vida de cineasta comprometido. Claro que me gustaría volver a Colombia, volver a ver a aquellos campesinos. Es cierto, ya no soy joven y muchos de ellos han muerto.
—¿Qué te gustaría decirle a los colombianos en estos momentos en que se ha llegado a un acuerdo de paz?
Me gustaría que los jóvenes guerrilleros logren con éxito entrar en contacto con la vida moderna. Me parece que no será fácil. Pero pienso que tal como los vi serán unos ciudadanos activos y útiles al país.
Semanario Voz
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