Luego de lo ocurrido el 2 de octubre en
el plebiscito y el triunfo estrechísimo del no, el deber de las fuerzas
alternativas que promovieron el respaldo decidido a la paz debe ser
defender los acuerdos de La Habana.
El empate técnico entre
el Sí y el No (49,78% frente a 50,21%, respectivamente) no legitima a la
oposición de extrema derecha que quiere la guerra, aunque políticamente
ha propinado un golpe a las esperanzas de un nuevo país.
El
pueblo colombiano que respaldó la paz debe atraer a esos más de 22
millones de potenciales votantes que no fueron a las urnas (pues el
censo electoral es de casi 35 millones de personas y solo sufragaron
trece millones) y salir a defender más de cuatro años de conversaciones,
más de cuatro años de lucha por la paz, más de cuatro años de esfuerzos
por la reconciliación.
La bofetada dada por un sector de los
votantes a la comunidad internacional y a su propio destino no puede
desanimar a los colombianos. La solidez de las sociedades se mide en los
momentos difíciles, en las crisis.
Hay que levantarse.
Luchar. Insistir. Porque, en medio de todas las vicisitudes y de los
resultados, la lucha por la paz tiene la razón y la verdad la acompaña.
Quienes
con odio, engaños, mentiras, montajes, falacias obtuvieron un triunfo
pírrico hicieron que el país diera un salto al vacío.
Los
53.894 votos de diferencia entre el No de los opositores frente a los
defensores del Sí a la paz (6.431.376 ante 6.377.482, respectivamente)
no les dan derecho a celebrar. Hicieron retroceder políticamente al país
por lo menos 30 años.
Mandaron por la borda una esperanza.
Colombia demostró que es una sociedad feudal, conservadora. La extrema
derecha se burló de las víctimas del conflicto, las revictimizó.
Pero,
no hay que desmayar. Como dijera Salvador Allende, más temprano que
tarde se abrirán las grandes alamedas para que entre el hombre libre. Y
agregaríamos, para que construya, por fin, la paz en Colombia.
Una
asamblea nacional constituyente como mecanismo para la defensa de lo
acordado empieza a sonar de nuevo, como ocurrió en el principio de las
conversaciones entre las Farc-EP y el Gobierno Nacional. Habrá que
esperar a que las aguas se decanten.
Ya vendrán los balances
detallados. Por ahora, simplemente dejemos constancia de que lo ocurrido
fue, por decir lo menos, un infame acto de irresponsabilidad con el
futuro de una sociedad.
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